Mi pueblo, Aranzazu, está de fiesta

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Por: José Miguel Alzate

El pueblo donde vine al mundo es producto de ese fenómeno migratorio que en su momento James Parsons denominó como Colonización Antioqueña en el occidente colombiano. Ocurrió hacia el año 1800, cuando del Cantón de Marinilla salieron hacia lo que hasta el 11 de abril de 1905 era el sur del departamento de Antioquia cientos de hombres y mujeres que anhelando tener un pedazo de tierra para cultivar poblaron terrenos que la corona española le había entregado a un ciudadano español de nombre José María Aranzazu, que llegó a Colombia muchos años después de la conquista.  Esa migración hizo posible que el 9 de noviembre de 1853 fuera fundado el municipio de Aranzazu, en el norte de Caldas, a 52 kilómetros de Manizales, la capital del departamento.

Este pueblo de atardeceres espléndidos, que luce siempre un cielo azul en el horizonte, donde en las madrugadas se escucha el canto melodioso de los turpiales y en la tarde se siente el viento fresco que sopla desde la vereda San Antonio, está de fiesta. Por estos días se realiza la XXVII Fiesta de la Cabuya, un certamen que reúne en sus calles a los hijos ausentes, que regresan para reencontrarse con sus raíces. Son unas festividades para brindarle alegría a los pobladores, destacando sus valores y, sobre todo, dándole identidad a Aranzazu en el contexto nacional. Sus principales impulsores fueron José Luis Ramírez Arcila, Uriel Ocampo López, Tomás Salazar Botero, Alberto Jiménez Estrada, Evelio Pérez Soto, Tomás Botero Peláez, Hernando Jaramillo Echeverri y Jesús María Mejía, todos fallecidos.

Las Fiestas de la Cabuya se iniciaron en 1956. La primera reunión para organizarlas se celebró en el interior del Bar Capri, que funcionaba en los bajos de la alcaldía. Fue un domingo, a finales de 1955, a las ocho de la mañana. Tomás Botero Peláez, un líder cívico, iba para misa cuando, al mirar hacia el interior del establecimiento, vio sentados alrededor de una mesa a Ancízar Muñoz Echeverri, a Eduardo Mejía Rojas, a José Luis Ramírez Arcila y a Hernando Jaramillo Echeverri. Al verlo, lo llamaron para que se acercara. Después de sentarse, lo primero que le dijeron fue: “¿Por qué no organizamos las Fiestas de la Cabuya?”. Le explicaron que, después de mirar una lámpara forrada en cabuya que pendía del techo, José Luis Ramírez acababa de exponer la idea. Él la apoyó. Entonces sucedió lo siguiente.

Jesús María Alzate Botero, que era conocido como “El loco Alzate”, tenía un almacén donde vendía enjalmas, ritrancos, zinchas, costales, lazos y otros elementos elaborados en cabuya. Estaba ubicado diagonal al Café de Isaac Ramírez Montes. Aprovechando esta coyuntura, lo motivaron para que llevara varios de estos elementos al Club Miraflores, que hacía ocho años se había fundado. En ese momento, alguien dijo que por qué no escogían una reina. Acordaron elegir a Carola Agudelo Ospina, una mujer agraciada, de porte elegante. Esa misma noche fue coronada con un zinchón. De ahí en adelante empezaron los preparativos. Convocaron a los cultivadores para que participaran y, además, motivaron a los artesanos para que elaboraran artículos de ese material.

Hablemos de la historia de Aranzazu. ¿De dónde proviene su nombre? Hubo dos razones para que la Legislatura de Antioquia se lo pusiera. La primera, rendirle un homenaje a Juan de Dios Aranzazu por haber sido presidente de la República, en calidad de encargado, durante cuatro meses, en el año 1845. Este era hijo de José María Aranzazu, el ciudadano español que obtuvo de la corona la propiedad de los terrenos donde fue fundado el municipio, realengo que se llamó Concesión Aranzazu, que se extendía desde Manizales hasta Aguadas. Segunda, un reconocimiento a la provincia española de Guipúzcoa, donde se encuentra el Santuario de la Virgen de Aránzazu. Esto en razón a que muchos de los primeros españoles que llegaron a territorio antioqueño eran originarios de esta provincia.

Aranzazu, el pueblo donde vio la luz primera uno de los grandes poetas colombianos, Javier Arias Ramírez, está incrustado en las estribaciones de la Cordillera Central. De clima cálido, lo habitan campesinos aferrados a sus principios cristianos, hombres forjadores de progreso, mujeres de virtudes acrisoladas. Heredero de una raza que descuajó montañas para fundar pueblos, el aranzacita lleva tatuado en el alma el respeto por sus valores ancestrales. Las costumbres heredadas de la Antioquia grande identifican a sus pobladores, que tienen alma de negociantes y llevan en el corazón la nostalgia por el pasado. En Aranzazu el canto de los pájaros despierta a la gente mientras en la torre de la iglesia, a las seis de la mañana, las campanas suenan para convocar a misa.

¿Cómo es Aranzazu? Cuando se observa el horizonte desde el parque principal, su paisaje tiene tonalidades diferentes. Aquí es la postal que pinta de azul, verde y blanco lo que la vista alcanza. Allí es el olor de los cafetales que parece derramarse por el contorno, el gorgoriteo del agua que corre apacible por un lecho de piedras, el encanto de los naranjos que aparecen a la vera del camino, el verde claro de las matas de plátano que le dan sombra a los cultivos de café. Mientras en la zona urbana se siente el viento que sopla en ráfagas desde las colinas distantes, en la parte rural ese viento mece las hojas de los árboles creando una como sinfonía de sonidos que se mete en el alma. Así es el paisaje de este pueblo caldense que duerme arrullado por el sonido del agua que corre rumorosa por sus quebradas.

Mi pueblo, Aranzazu, está de fiesta. Por eso escribo esta columna llena de historia, poesía y saudades. Ese pedazo de tierra que llevo cocido al alma lo he convertido en mi referente literario. Le escribí la letra de un pasodoble, Aranzazu, canción y poesía, con música de Manuel Alvarado. Y un libro de historia: Aranzazu: su historia y sus valores. Lo convertí en espacio geográfico de una novela: San Rafael de los Vientos; y de dos libros de cuentos: Sinfonía en azul e Historias de un pueblo encantado. Este es el legado que le dejaré a mi pueblo cuando la muerte me lleve. Finalizo estas evocaciones con unas palabras del escritor y abogado César Montoya Ocampo: “En Aranzazu todo es alegría: el ala que golpea el aire, sus ráfagas de luz, los amaneceres de ensueño y el sopor cabeceante de los crepúsculos”.

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