Reflexiones de Semana Santa

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Por:  *José Miguel Alzate

Siempre se ha dicho que la Semana Santa es tiempo propicio para la meditación, para el reencuentro del hombre con Dios, para reflexionar sobre la existencia. Esto es verdad. Desde niños, en la casa nos enseñaron que teníamos que prepararnos para vivir la semana de pasión como una entrega total a Dios, como una reafirmación de nuestra fe cristiana, como una oportunidad para reencontrarnos con nuestras creencias religiosas. Desde el Miércoles de Ceniza el corazón está preparado para celebrar la Pasión de Cristo, para entender que Jesús murió en la cruz para redimirnos del pecado, para recordar cómo fue el sufrimiento del hijo de Dios. Desde entonces tenemos metida en el alma la imagen de Jesucristo como la del hombre que fue crucificado para salvar al mundo.

El hombre duda a veces de la existencia de Dios. Piensa que porque no lo ve, no existe. Pero basta con mirar el mundo para uno darse cuenta de que un ser superior fue quien debió haber creado todo esto. Alguien tuvo que haber puesto a correr el agua entre las piedras, alguien debió haber creado al hombre para que reinara sobre la tierra, alguien debió haberle dado vida a los animales para que complementaran su existencia. Sin Dios la naturaleza no existiría. Él dotó al hombre de inteligencia para que dominara sobre lo creado, le dio unas manos para que labrara la tierra, lo dotó de ojos para que disfrutara los paisajes, le dio unas piernas para que pudiera caminar.  No otra persona distinta a Dios pudo haberle dado al hombre un corazón para que pudiera amar a sus semejantes y un alma para que moldeara su espíritu.

No recuerdo si fue San Agustín quien dijo que el fin último de la necesidad de demostrar la existencia de Dios era acrecentar la fe para llenar el vacío existencial del hombre. Todo porque se recurre a ese ser superior no solo para agradecerle la vida, sino para pedirle lo que necesita para vivir: salud, paz interior, empleo digno. Siempre se invoca el nombre de Dios en los momentos difíciles. Y se le agradece cuando lo que se hace sale bien. Por ser el creador de todas las cosas, tiene presencia viva en nuestras vidas. El sol alumbra porque Él así lo dispuso, el viento corre porque Él así lo quiso, el agua fluye porque fue su deseo darle vida para llenar la necesidad del hombre. Aristóteles llegó a decir que solo creyendo en Dios se explica la existencia del cosmos.

Semana Santa es tiempo para exteriorizar la fe en lo que se cree. Si se asiste a la procesión del Domingo de Ramos es porque se cree que Jesús entró a Jerusalén montado en un burro para buscar la salvación del hombre. Si se cree que La Ultima Cena fue un hecho verdadero es porque se cree en la palabra de los apóstoles. Si no se duda de la resurrección de Jesucristo al tercer día es porque quedaron los testimonios de este acontecimiento como prueba de que resucitó. La traición de Judas Iscariote está sustentada en la expresión de Jesucristo cuando dijo: “Uno de ustedes me traicionará”. ¿Cómo no creer también en la multiplicación de los panes, en la expulsión de los mercaderes de la iglesia y en el vino que se tomó en la boda de Caná de Galilea?

 

San Agustín fue el autor que más explicaciones dio sobre la existencia de Dios. En alguno de sus libros escribió que el mundo tiene su origen en un ser superior, eterno y perfecto, que está en todas partes, que es inmanente y trascendente al mundo. Si alguien creo todo esto, no pudo ser nadie diferente a Dios. Él es un ser supremo, que todo lo puede. Platón y Sócrates explicaron, en su tiempo, que en la naturaleza todo está organizado de modo tan racional “que puede explicarse sólo admitiendo la existencia de un ser razonable supranatural que pone en orden todos los fenómenos”. La ciencia no ha podido desmentir la existencia de Dios. Esto lo saben los científicos. Es lo que lleva a las inteligencias superiores a buscarle explicación a los misterios del universo.

Estas reflexiones de Semana Santa las escribo porque soy creyente. Yo creo en la existencia de Dios. Y no porque me lo hayan inculcado en el hogar. Simplemente  porque pienso que el mundo está regido por una fuerza divina. Los no creyentes le buscan interpretaciones científicas a las cosas que suceden en el mundo. Pero el hombre que vive la angustia diaria de enfrentarse a la vida para conseguir su sustento invoca a Dios cuando siente que las fuerzas de la naturaleza amenazan su vida. O cuando cree que la muerte está cerca. Es el mismo hombre que lo tiene como recurso para salir de sus dificultades porque lo invoca solo cuando necesita algo. Dios es un ser de infinita bondad. Alguien a quien no vemos, pero está con nosotros, protegiéndonos siempre.

  • Escritor, periodista, historiador y columnista.

 

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