A propósito de los 100 años de la ‘La Vorágine’ de José Eustasio Rivera, considerada una de las obras cumbre de la Literatura Colombiana, nuestro colaborador habitual, el escritor, ensayista e integrante de la Academia Caldense de Historia, José Miguel Alzate, preparó la siguiente nota:
Relectura de ‘La Vorágine
Por: José Miguel Alzate
La literatura colombiana ha producido tres obras que son referencia obligada para los estudiosos de nuestro proceso creativo. Sobre todo en lo que a novela se refiere. Ellas son: María (1867), de Jorge Isaacs, La Vorágine (1924), de José Eustasio Rivera y Cien Años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez. Son las obras de autores colombianos más conocidas en el exterior. Sobre ellas se han escrito cientos de estudios destacando sus valores literarios, la problemática que exponen y sus hallazgos estilísticos. Representan tres momentos de la literatura colombiana: el romanticismo, la denuncia social y el realismo mágico. Tres obras que le dieron a Colombia dimensión continental.
La Vorágine es una obra representativa de la literatura colombiana porque en sus páginas se denuncia la explotación de los caucheros y, al mismo tiempo, se describe en pincelazos afortunados esa selva inhóspita por donde su protagonista camina rumbo a ese infierno verde que lo atrapa en sus redes. Esa historia de amor entre Arturo Cova y Alicia, que se narra en primera persona, sirve de pretexto para denunciar las injusticias que se cometen contra los siringueros. Barrera es un hombre sin escrúpulos, mezcla de ladrón y asesino, que explota a los caucheros. Una tarde cualquiera, después de trenzarse en una pelea con Arturo Cova, se lleva a dos mujeres: Alicia y la negra Griselda.
La negra Griselda es una mujer de cuerpo escultural que le coquetea a Arturo Cova en los momentos en que Alicia no está a su lado. Sin embargo, tiene una característica: no flaquea ante las dificultades. Siempre está ahí, al lado de Alicia, acompañándola en sus desventuras. Inclusive se convierte en su cómplice cuando, para defenderse de Barrera, agarra una botella y, desfondándola contra una piedra, se abalanza contra el hombre para impedir ser violada, ocasionándole ocho heridas en la cara. Barrera muere cuando es atacado por cientos de animales que consumieron sus carnes en cuestión de minutos, después de una dura pelea con Arturo Cova.
La importancia literaria de La Vorágine radica en la descripción que José Eustasio Rivera hace de la selva. Desde la primera línea del libro, cuando dice: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”, hasta las líneas finales del epílogo, donde el cónsul en un mensaje al ministro sobre la suerte de Arturo Cova le advierte que lo devoró la selva, la novela es una postal muy bien lograda de ese espacio geográfico donde se desarrolla el argumento. Según el crítico Enrique Anderson Imbert, el autor pinta con ojos de artista cuadros “de dolor, infamia, muerte, inmundicia y bestialidad humana”.
Los personajes secundarios de la novela, como Clemente Silva, El Cayeno, el mismo Barrera, son hombres que imponen su ley, sembrando el terror entre los siringueros. La gran paradoja de la obra es que Clemente Silva termina convertido en un hombre bueno, que como baquiano ayuda a Arturo Cova para que encuentre el camino que lo lleve a la civilización. En cambio, los otros encuentran la muerte en forma trágica. El Cayeno, por ejemplo, la encuentra cuando intenta escapar nadando. Quienes quieren matarlo se sorprenden cuando ven aparecer su cadáver arrastrado hacia la orilla por los perros. La descripción de ese momento impresiona por su crudeza.
Esta relectura de la novela de José Eustasio Rivera nos ha dado la oportunidad de comprender mejor cómo es esa selva donde se cometen crímenes horrendos. Es una obra que muestra en toda su majestuosidad ese paisaje verde que circunda ríos y pueblos. La Vorágine fue una de las primeras obras de denuncia social que se publicaron en América Latina. Con Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes, que describe las pampas argentinas, y Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, que habla sobre la selva venezolana, se inscribe en una narrativa rural que muestra la realidad social de un pueblo explotado. Rivera hace aquí una denuncia de hondo contenido social.